VEREDA RÍO CLARO

Una historia de resurrección, resiliencia y tesón.

Un indicio de quietud nos conduce hasta aquel rugido silenciado, aquella grandeza conmovida por la naturaleza, es hoy un baúl de historias y recuerdos memorables.
En Río Claro, justo en los corazones de los sabios adultos aún retumban los pitos del Ferrocarril de Caldas, el cual, además de dinamizar la economía de la vereda, cautivó de emociones a niños, jóvenes y adultos, una invención que se encargó de entregar ese mensaje premonitorio de inminente progreso.
Esta vereda es la resurrección de unos lugareños que conquistaron la muerte el 13 de noviembre de 1985, era de noche, y aunque se percibía un extraño reposo, el bramido del Kumanday (Nevado del Ruíz) desencadenó la zozobra. Después una borrasca de cenizas y portentosas rocas, represó los ríos Molinos, Río Claro y la quebrada Nereidas, ocasionando una gran avalancha y extendiendo un manto lúgubre sobre la zona.
Este suelo se empapó de calamidad, al presenciar el segundo desastre volcánico más mortífero del siglo XX, la erupción del Ruíz consumó la esperanza de 1.800 almas de este sector, cuyos rezos fervorosos no alcanzaron al Creador.
Al día siguiente, el edén que estaban acostumbrados a contemplar los ojos de los miles de damnificados, había desaparecido, ya no estaban los ganados, se habían perdido los caminos y ahogados se hallaban los manantiales. El panorama era desértico, aunque muchos murieron, otros renacieron a una nueva fé. Del lodo se levantaron y emprendieron otro camino, dejando atrás el vestigio de la iglesia que milagrosamente se mantuvo en pie.
Aunque cerca de su pasado, se llenaron de valentía y de ilusión para hacer de Río Claro nuevo, su morada, un santuario y tierra de peregrinación a la virgen de Guadalupe.